Objeto y contexto (jugar con Kounellis).

(publicado en soitu.es el día 19-10-2009)

Jannis Kounellis + Abierto x obras. Exposición personal de Jannis Kounellis en dos sedes: Galería Nieves Fernández. C/ Monte Esquinza, 25 Madrid + Matadero Madrid. Paseo de la Chopera, 14 Madrid. Hasta el 15 de Noviembre de 2009.

 
Jannis Kounellis, “Sin título”, 2009, materiales diferentes. Courtesy: Galería Nieves Fernández, Madrid.

 

Cuando, en 1969, Jannis Kounellis (Pireo, Atenas, 1936) presentó en Roma su celebre performance Senza titolo. Dodici cavalli vivi – en la que se exhibían doce caballos vivos atados a las paredes de la galería L’Attico – la puesta en duda de lo que sea lícito o no considerar arte y de cómo se deba “hacer” una obra (es decir, con cuáles premisas teóricas, recursos y límites) difícilmente podía resultar más explícita y contundente. El espacio expositivo; los animales; sus olores; sus rumores; sus movimientos; sus huellas y desechos contribuían a dar la vida a un “hecho” artístico radical a través del cual la realidad y la naturaleza entraban de manera impetuosa en el mundo del arte, violando una vez más su sagralidad, sus presupuestos elitistas, sus “santuarios” e intentando dar el posible golpe de gracia a la tradición de la representación; a sus lógicas y procesos. Aquel evento legendario representó sin duda uno de los “cortes” materiales y simbólicos más detonantes de la segunda mitad del siglo XX, aportando una contribución importante a la redefinición de la manera de entender y de producir el arte contemporáneo.

Exponente – junto con G. Anselmo, A. Boetti, M. Merz, M. Pistoletto, G. Paolini entre otros – del movimiento “poverista” italiano de los años sesenta y setenta, Kounellis presenta en Madrid su obra más reciente, en una dúplice cita que destaca dentro de la agenda de estos principios de temporada expositiva. Se trata de un proyecto de “diálogo” entre dos lugares muy diferentes: el espacio privado, pero siempre “abierto”, de la galería Nieves Fernández y el espacio “participativo” del Matadero Madrid. Un diálogo intenso, estimulante y absolutamente proficuo.

El uso artístico de objetos de “uso cotidiano” y de los elementos naturales – del que Kounellis fue uno de los pioneros más atrevidos y que representa hoy en día un fundamento (para así decirlo) “clásico” de la gramática creativa de gran parte de los artistas contemporáneos – sigue siendo una característica intrínseca de su lenguaje plástico. Como bien se puede apreciar en las estupendas piezas presentadas, junto con una serie de dibujos, en la exposición de Nieves Fernández, la producción actual del artista dedica una prioridad absoluta al rigor compositivo y a la estructuración equilibrada entre los objetos que utiliza. Se trata de obras de grandes dimensiones en las que Kounellis cuida hasta la perfección la pureza de la relación entre los materiales y acaba añadiendo a la consueta clave conceptual una dimensión intensamente poética.

La otra parte del diálogo es la instalación sin título realizada ad hoc para el proyecto Abierto x obras en el Matadero. Se trata de una monumental intervención en la que Kounellis transforma la estructura arquitectónica cruda y realista de la ex nave frigorífica del Matadero en una impactante obra site specific. Aquí la dimensión performativa predomina sobre la dimensión contemplativa. En esta instalación reaparece un elemento presente también en las obras expuestas en Nieves Fernández: la cuerda gruesa. En esta ocasión la cuerda sale del soporte para interactuar con el espacio, desplegandose libremente y adaptandose a su peculiar entorno. Al superar el umbral de la sala, nos enfrentamos a un espacio que se parece al interior de una catedral. Aislado al fondo de la que podríamos considerar la nave central, se halla el foco iluminado de la instalación: un gancho colgado del techo que lleva colgado a su vez un enorme cuchillo de carnicero. Parece casi tratarse de la alegoría de un altar (lugar del simbólico sacrificio). ¿Se trata, acaso, de una espada de Damocles (memento mori conceptual) que nos recuerda la precariedad de nuestra existencia? ¿O es, más bien, una evocación de la antigua función de este lugar que acoge, y a la vez estructura, la obra? ¿Podría ser, tal vez, un monumento animalista en memoria de todos los animales inocentes sacrificados en el matadero? Las preguntas y las interpretaciones podrían ser, por supuesto, muchas. Las respuestas infinitas y todas legitimas, dependendo de la identidad y de las experiencias de cada cual. A fin de acercarse a este fulcro de la obra no queda otro remedio que aventurarse por la telaraña de cuerada, que nos obliga a ir por tentativas, cambiar de paso, buscar vías laterales; imprevistas e inesperadas. En fin, “otras”.

Una anécdota: nada más llegar a la meta – y mientras empiezo a ponerme mis propias preguntas – de repente llegan corriendo dos niños, que puntan directamente al centro de la obra pasando por debajo del laberinto, puesto que su altura se lo permite sin dificultad alguna. La madre llega poco después, retrasando su andadura por tener que pasar a través de la telaraña. Finalmente llega y, preocupada, dice a los niños: «¡Cuidado, es de verdad! ¡No lo toquéis!». En aquel momento tuve una iluminación: como siempre, los niños van directamente al centro de las cuestiones cruciales, ya que no tienen en sus mentes aquel retículo (telaraña) de conocimientos y prejuicios que los adultos tenemos. No tienen las reglas de la experiencia y los esquemas mentales que (como en un laberinto) nos hacen cautos y titubeantes frente a lo extraño. Al ver las cosas, los niños, lo primero que hacen es tocar. E – interactuando con los objetos sin complejos – conocen, descubren, inventan. Incluso con las propias obras de arte. Sencillamente, y en primer lugar, jugando con ellas.

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